Mi madre lo encontró en el bajo de casa y lo guardamos en una antigua jaula de periquitos mientras decidía qué hacíamos con él. El CRFS no respondía a mis llamadas, de modo que investigué la ubicación original para ver si había salido de los nidos del techo y evaluar la posible presencia gatuna. Los nidos estaban cubiertos de telarañas, evidencia de que había entrado por equivocación, y en el proceso de comprobación, espantamos accidentalmente a un gato que bien pudo haber acabado con la vida del torpe volantón. De regreso, mi hermano me comentó que el polluelo había piado hace un rato. Tras escucharlo un par de veces, establecí una posible relación entre la piada y el petirrojo que volaba nerviosamente entre los árboles de la entrada, de modo que saqué la jaula al exterior para comprobar si mi teoría era correcta. El polluelo permaneció pasivo durante varios minutos, hasta que el padre se posó en un pexegueiro cercano y lo llamó, haciendo que piara y se subiera por las paredes. Confirmada la teoría, saqué al polluelo de la jaula y lo tuve posado en la mano hasta que voló para reencontrarse con su familia, que en aquellos momentos se encontraba en el níspero de un vecino